Te imagino en un futuro lejano descubriendo algunas de estas líneas que por aquí voleo con más o menos acierto y me pregunto que estarás pensando en ese instante. He dejado un tiempo de emborronar el blanco de un papel que a veces es tan negro como un futuro imperfecto, pero hoy, ahora, decido retomar esta dolorosa rutina, para que en un futuro me conozcas y me reconozcas como lo que soy: un puñado de miedos mudos.
No te extrañes si no me ves reflejado en estas historias, en estos mundos ocultos que a veces son tan secretos como inútiles y que sólo sirven y ahora descubro su verdadera vocación para darme a ti en mi autentica versión. Por nuestra diferencia de edad, me imagino fuera de tu mundo, que es el más mio de todos los posibles, cuando roces la veintena y nos separe más vida que silencio.
Me decido a abrirme en palabras y mundos, a ofrecerte mi ausencia en un futuro imperfecto.
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sábado, 23 de noviembre de 2013
jueves, 4 de julio de 2013
Mañanas de verano
Siempre ocurre sobre las 9.30 de la mañana de este verano
que no lo parece tanto. Al salir de casa cierro sigilosamente la puerta y el
portal queda a mi espalda silencioso y vacío como un diciembre de vacaciones
playeras. Camino despacio, ya no hay sorpresa pero aun así, paso por delante
del número 13 y desciendo por el 14 y
comienzo a ver a un señor gordo en pijama fumando un cigarro. A mí me pone
nervioso eso de ver a la gente en pijama en la calle y cuando es plena mañana
más.
Lo veo estático pero receptivo. Y ahí comienza en una
armonía de subidas de tono, los susurros de una mujer en plena marea sexual. Yo
miro al hombre en pijama pero no parece percatarse. Me lo imagino ahí aún
después de doblar la esquina y pienso en los gritos y en la mujer. Llevo tres días con la misma mecánica y son
tres los días que llevo buscando a la mujer susurrante y no hay forma. Ayer me
crucé al hombre pero esta vez sin pijama.
Me parece aún más ridículo que antes.
Creo que los gritos provienen de la señora del segundo y no de la estudiante
rubia y altanera del 1 izquierda. Deberían prohibir los gritos de sexo mañanero,
sobre todo los ajenos. Ahora comienzo a entender al señor del pijama. Tampoco
soportaría los gritos de nadie, sobre todo si son los de tu mujer.
jueves, 6 de junio de 2013
Derechos de autor.
Aparqué en doble fila como cada mañana. Me acerqué al
Quiosco y ojeé como quien no quiere la cosa las portadas de los diarios. Y si,
ahí estaba él en la mayoría de las portadas de los diarios. Nunca imaginé que
pudiera observar con indiferencia sus ojos, perdidos en no sé qué punto extraño
de una noche que a mí me pareció demasiado negra y oscura.
Lo peor fue cuando leí “detenida esposa por brutal crimen”.
En vez de sentir una liberación absoluta algo golpeaba mi pecho con la
precisión de un relojero suizo.
Al volver al vehículo respiré, encendí la radio y mis
pensamientos se mezclaron con las ideas de los tertulianos de turno. Debería
existir una ley de derechos de autor, incluso para los crímenes pasionales.
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domingo, 2 de junio de 2013
Federico dedos de oro.
Cuando sonó el teléfono Juan sabía perfectamente que una
desgracia estaba a punto de llamar a la puerta. Siempre tuvo esas percepciones
que a los demás sonaban extrañas y que dejó de comentar en público por
ahorrarse comentarios ofensivos.
¿Don Juan Jiménez? Preguntaba una voz de mujer fumadora. Una
voz mecánica acostumbrada a presentarse sin avisar y a dar malas noticias. Si
yo soy yo dígame, dijo Juan esperando una mala noticia como quien espera el
golpe de un martillo. Cuando acabó la narración, aún quedaba en su mente la
imagen de Federico, compañero de trabajo y correrías encontrado en la cuneta de
una carretera comarcal cercana con un dedo cortado, extrañamente, el único que
no portaba ningún anillo de oro ostentoso que la víctima solía usar con mal
gusto.
La mujer le comentó que encontraron el cadáver sin signos
aparentes de violencia salvo un golpe certero en el cráneo que le provocó la
muerte probablemente en otro lugar y que conocían la fama de juerguista y su
afición a los prostíbulos de lujo y que no le extrañaba que alguien hubiera
utilizado métodos más persuasivos para cobrar alguna deuda y que la cosa
hubiera salido mal.
Juan recordó los 3.000 euros que a Federico palabras suyas,
le salvaron la vida y a que a Juan casi le cuesta su vivienda. Recordó los
ruegos, las súplicas y la indignación por ver pasar el tiempo y perdido su
dinero. Recordó las mofas y los desaires y cuando la mujer le dijo si sabía
algo y que no lo molestarían más dijo que no, que desgraciadamente no tenía ni
idea.
Cuando colgó el teléfono aún mantenía la angustia y la desazón de cinco horas antes.
Su única preocupación ahora, era deshacerse de un dedo que parecía señalarle de
por vida. El mismo dedo que le negó tantas veces lo que era suyo.
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