Aparqué en doble fila como cada mañana. Me acerqué al
Quiosco y ojeé como quien no quiere la cosa las portadas de los diarios. Y si,
ahí estaba él en la mayoría de las portadas de los diarios. Nunca imaginé que
pudiera observar con indiferencia sus ojos, perdidos en no sé qué punto extraño
de una noche que a mí me pareció demasiado negra y oscura.
Lo peor fue cuando leí “detenida esposa por brutal crimen”.
En vez de sentir una liberación absoluta algo golpeaba mi pecho con la
precisión de un relojero suizo.
Al volver al vehículo respiré, encendí la radio y mis
pensamientos se mezclaron con las ideas de los tertulianos de turno. Debería
existir una ley de derechos de autor, incluso para los crímenes pasionales.
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