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lunes, 31 de octubre de 2011

Número equivocado.

Serían como las 5 de la madrugada. Sonó el teléfono avisando de una tragedia esperada. -Diga-, dije con la voz pastosa del miedo y alguien dijo -lo siento- con la voz rota de la ausencia prematura. Pensé en la espera y en lo inminente del desastre. Alguien equivocó la tristeza. Aún tengo el número de móvil en la memoria del teléfono. Aún estoy a tiempo – no te preocupes, yo también lo siento- debí decir entonces.

martes, 4 de octubre de 2011

G.


G. trabaja la barra de El Alquimista. Yo lo supe hace poco, después de ver a las damas del lugar merodear sus esquinas, creí como un torpe mirón de boca abierta, que la acumulación de ofertas a la chica más bonita del lugar, no eran remuneradas.  No me importa, cada uno se busca la vida como puede o como le dejan. G. y yo hemos cruzado alguna palabra, alguna frase; todo limpio, impoluto, como el deseo de los ángeles: algo totalmente imposible.  La he visto pasear por Plaza Nueva del brazo de amores imposibles, por la edad y por la cartera y aún así su sonrisa ilumina las esquinas oscuras del barrio.  Hay quien la imagina y lo sé porque mis oídos son testigos de confesiones oscuras, en las poses más pecaminosas posibles y lo entiendo.

Yo siempre la imagino en la barra de El Alquimista, con su cerveza en la barra mirando el panorama mientras sus dedos seleccionan una golosina de un recipiente de cristal claro, con la misma desgana y facilidad que selecciona a sus parejas para dar esos paseos prolongados por una ciudad que detesta.

Desde que sé que abre sus piernas a la primera mujer que la abra su corazón y su cartera, aún la tengo más respeto. Sé que hay carnes difíciles de acariciar sin que tercie ningún billete de por medio, aunque ella siga saludando con esa media sonrisa. La que dedica a las causas perdidas, o simplemente, la que ofrece al mejor postor. C’est la vie.