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lunes, 5 de diciembre de 2011

Bicho.

Hay siempre dos formas de entender a Bicho. Se le ignora o se le toma por loco. Mantiene una plaza en mi ciudad limpia de papeles, chicles, piedritas o cualquier cosa que el entienda que afea su aspecto, sin importarle lo más mínimo parar el tráfico en ambos sentidos, con la paciencia de un domador de pulgas. Y créanme que no suena un claxon, ni una cabeza loca se asoma por la ventanilla para que bicho acelere el ritmo y por tanto, la vida de los allí parados.


Sus buenos días, siempre que paso por muy temprano que sea está plantado como si defendiera lo suyo de un posible ataque, están acompañados de alguna maldición malsonante y un aspecto de ojos rojizos que la mañana va atenuando.

Llevo un par de días sin ver a Bicho. Alguien me ha dicho que a veces pasa de tomarse la medicación y le da por salir al balcón y cantar de madrugada canciones de gritos y odios. Hoy su plaza sin él, es un atasco constante. ‘Deberían llamar a los municipales’ comenta una rubia de bote. Mejor que vuelva Bicho pensé yo, al mismo tiempo que un imbécil hacía sonar su claxon sin disimulo y vergüenza, como un cura triste en un burdel.