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domingo, 29 de marzo de 2009

Rolando Gómez E

Sinceramente, esto de los papeleos me produce un dolor de cabeza terrible-. Comenta con Ramírez, mientras piensa en todas las palabras que le dijo ayer García. Se dirigen a la comisaría del este y no deja de pensar en su hermano. Tía Julia le parece una persona diferente, no tiene ahora la suficiente energía y sobre todo el valor de preguntar, más por miedo a sus respuestas, que el recelo que pueda provocar la verdad. La conversación de Ramírez le parece amena y se pregunta que clase de vida tendría un hombre así para recalar en el cuerpo de policía, lo ve como un perfecto vendedor de seguros. Elucubrar no es precisamente su pasatiempo favorito, pero sabe que se le escapa algo que tiene en la yema de los dedos. Supondría que García sería una ayuda pero no logró contactar con él. Un duermevela continuo solo despejado con la llegada de Ramírez.
-¿Estas seguro que podremos recibir el envío?. Si, por supuesto. El no tendrá que bajarse del coche, no tendrá que decir ni una palabra. Nadie, salvo la policía, conoce el dramático final de nuestro amigo Ramón y Rolando nos concederá su imagen. Si, hasta ahí llego,¿ pero y si hay problemas y habla?, por el bien de todos esperemos que no abra la boca-. Rolando y Ramírez recorren la ciudad hacia un lugar que solo uno de los dos conoce. Es extraño que no pregunte por García y creo que debíamos de haber girado a la izquierda. Rolando nota y siente que algo no va como el desearía.
- Ahí llevan esperando cinco minutos, espero que no tengamos ningún imprevisto y aparezca Ramírez de una vez-. Nota como bajan por la avenida del sur y se dirigen al descampado que precede al río. -¿Qué hacemos aquí?, increpa Rolando, ojala García estuviera cerca, presiente el aire cargado como esos revólveres que intuye bajo las americanas de esos tres hombres que esperan apostados en ese vehiculo azul. Baja del vehículo y saluda a los presentes con un toque en el ala de su sombrero. Nota la tensión en los presentes y mira alrededor, en algún lugar deben de estar Rafael y los suyos por si las cosas se ponen feas. Desde el interior, apoyando las manos en el salpicadero a modo de parapeto, Rolando ve y siente como sube el tono de la conversación, como se elevan las manos, como el tono de las voces es cada vez mas bronco y piensa en García, maldita sea, donde estará.
-Rafael esto se pone feo. Creo que lo mejor sería no inmiscuirnos y actuar según nos convenga-. En ese mismo instante que gira para ver la expresión de Rafael, ve apuntando a un hombre su arma y comprende el silencio anterior ahora ahogado con un disparo seco procedente de la rivera del río. Al mirar puede distinguir un cuerpo tendido, sin duda el de Ramírez y a dos hombres sujetando de los brazos a Rolando e introduciéndolo en el vehículo. Rafael ya no teme por el suculento negocio y si por su vida, piensa en quien dará la noticia a Ángela y quién reconocerá su cadáver. A veces el subconsciente trabaja horas extras.

domingo, 22 de marzo de 2009

Rolando Gómez D

Cuando Rolando regresa a la ferretería ignora las preguntas y sobre todo, la mirada de Ángela. Se siente mal, amargo, en el estomago siente la procesión de cientos de hormigas. Puede distinguir como algunas caminan en circulo, siente las pisadas de las mas fuertes intercaladas con golpes de angustia. Necesita rebobinar su infancia, reconstruir su vida desde el punto exacto en que bifurcaron la suya y la de su hermano. Preguntas, necesita hacer demasiadas preguntas y no esta seguro de encontrar las suficientes respuestas. Necesita asimilar el vacío que siente. Vuelve a casa cansado y sombrío. Aunque el no lo sabe, mañana será unos de los días mas duros de su vida, caprichosa sin duda.
Siente la ducha fría sobre su cuerpo. Desde que recaló en este piso propiedad de la delegación de gobierno, es el único momento que tiene para sí mismo. Mira su cara en el espejo con la barba crecida del día y puede observar las marcas, los desgarros, las arrugas, la felicidad robada, la amarga sensación de sentir el olvido ajeno en su rostro. Como cada noche, después de aquella primera vez que no tuvo el valor de decir una palabra, toma el teléfono y marca el número de Alicia. Puede oír los tonos, uno, dos, tres, cuatro, el descolgar, y aunque no digan ni una sola palabra puede notar su presencia, le gustaría decirle tantas cosas y sin embargo se muestra mudo, impotente. Como cada noche, otra vez se llenaron de aire sus palabras y no emitieron sonido. Así una tras otra. Una liturgia triste, que no exime del dolor y que araña como cuchillos helados.
Enciende un cigarro y retira los visillos con dos dedos. Si, ahí están y puede distinguirlos. Desde hace dos días los tiene bajo su ventana. Ni siquiera sirvió una llamada a un compañero capitalino: no tenia ni idea. Le resulta demasiado incluso para un caso de asesinato y estraperlo. Toma su arma y la coloca bajo la parte de atrás del pantalón. Sale por la puerta de atrás del edificio. A ambos lados de la calle todo es silencio. Nadie.
Se dirige despacio apoyándose en cuclillas en los coches. Saca su arma y encañona al frente con sus brazos rectos, como quien decide disparar al futuro. Los puede ver, tipos normales, de mediana edad, mirando su ventana encendida y fumando cigarros sin filtro. Ahora siente el miedo en su estomago y no sabe realmente como actuar, años de academia demasiados lejanos. Siente su corazón en la garganta y las pulsaciones se aceleran, se siente fatigado pero no hay vuelta atrás. Está tres coches mas atrás y su espalda reposa en un 850. Un factor a favor, la sorpresa. Avanza despacio e intenta ponerse erguido. La sensación de ser descubierto le supera. Recuerda otros tiempos en la capital cuando para detener a un par de tipos duros no necesitaba ni tan siquiera mostrar el arma. Se percata en ese instante. Otro caso que le cambiara la vida, nunca la cambian para mal. Hasta aquí Leopoldo, se dice. Toma aire y se levanta. Intenta avanzar pero alguien se lo impide. Forcejea hasta que le tapan la boca con una mano seca y áspera. Mientras cae de espaldas lentamente puede mirar sus ojos y reconocer sus gestos. Hernández le guiña uno, mientras le pide silencio con un dedo en los labios.

domingo, 15 de marzo de 2009

Rolando Gómez C

Espera desde hace diez minutos en el sitio acordado. Desde el interior del coche ve la parada de autobús y un ir y venir de gente a intervalos de 10 minutos. Vuelve a encender otro cigarro. Su inicio en el mundo del tabaco fue un viaje de no retorno a esta parte del país. Destierro profesional: la acusación certera de un delito en las altas esferas depara ciertos premios.
Leopoldo García, hijo de un coronel republicano, ingresó en la brigada policial por devoción. De nada sirvieron los consejos y los atenuantes familiares frente al régimen. Apostó de lleno por una vida mas justa hacia los demás, incluso sorteando ciertas reglas no escritas que mas tarde resultarían cruciales. Poco a poco fue generando simpatías y recelos en la carrera policial, acentuados por su matrimonio con la hija de un importante jefe del movimiento. Todo parecía rodar a la perfección hasta que se cruzó en su camino un caso de violación. Los indicios y así lo confirmaron todas las pruebas, lo llevaron a dar con un sospechoso incomodo, hijo de un preboste del régimen, que fue minando su carrera y acabando con su matrimonio. Fue degradado a subinspector y abandonado a su suerte en esta capital de provincias, donde su carrera profesional estaba estancada y donde su pasado era una herida abierta que no acababa de cerrar.
El sonido de unos nudillos sobre el cristal lo devuelve a este mundo. Rolando llega con varios minutos de retraso y algo de impaciencia. Mira hacia ambos lados como si quisiera conocer al instante a quien o a quienes, rastrean su vida. Pero esa incógnita no se despeja. Arranca el vehículo y sin tomar una dirección exacta, se dirigen a ninguna parte. Dar vueltas por la ciudad, será el método mas seguro para evitar indiscreciones.
Siento decirle esto, pero creo que no va a resultar agradable para usted, conocer ciertos aspectos sobre la investigación. Rolando mira las calles, la gente, las tiendas, el pasear descuidado de una anciana. Se recrea en la vida ajena mientras sopesa el futuro de la suya. No quiero que hable usted del caso con nadie, cualquier consulta, cualquier duda, y sobre todo: si se siente en peligro no dude un instante en ponerse en contacto conmigo. Por ahora solo puedo comentarle, que la persona asesinada era conocida en el mundo del estraperlo con el nombre de Agustín Salas, pero no era su nombre verdadero. Exiliado en Francia con su familia después de la guerra, construyó un entramado de contactos y correspondencia con la poca oposición de izquierdas al régimen. Aprovechó la infraestructura para introducir todo tipo de artículos de primera necesidad procedentes de Europa del Este.
En ese mismo instante, la mirada de García se dirige a su espejo retrovisor.
- Los tenemos ahí detrás. Si, lo veo ¿pero a quienes?. Eso me gustaría saber a mi-. Dando un volantazo a la izquierda logra despistar a sus perseguidores y se adentra en un mar de calles.
El único dato objetivo que le pudo proporcionar, prosigue García mientras gira su cabeza de derecha a izquierda como queriendo memorizar todo lo que encuentran a su paso, es que su verdadero nombre era Ramón Gómez Salvatierra. Y si, comparten algo mas que apellidos e imagen. Eran hermanos.

domingo, 8 de marzo de 2009

Rolando Gómez B

Nunca fue Rolando un acólito del régimen. Tampoco levantó su voz contra él, ni tampoco sufrió una agresión desmedida en el transcurso de las tres horas de visita a la comisaría, actual centro de represión política. Le acompañó a casa Ramírez, y entre ellos surgió una especie de amistad muda. Una vibración positiva que el no tardó en denominar afecto. Le aconsejó no tomarse muy enserio lo sucedido y le sugería discreción, receta perfecta en el manual del buen ciudadano.
El despertar al día lluvioso y triste fue un relato concreto y pormenorizado a tía Julia de su aventura, aderezada con algún toque exótico, extraído de su afición a las novelas radiofónicas de la época .
-Trabaja en una ferretería a cinco calles paralela a la suya. Hace el trayecto despacio, con su diario vespertino y la mirada puesta en la imagen que inundará un buenos días sincero. Camina ojeando el periódico hasta levantar su cabeza y posar su vista en Ángela. Su trabajo es un favor personal de Rafael, padre de Ángela, a tía Julia. El pasado a veces vuelve para cobrar viejas facturas-.
Parece que la incursión en el mundo policial hubiera pasado hace unos meses. Ningún registro en su memoria le hace recordar.
- !Tuercas de ocho milímetros veamos¡-. Desde el primer instante que entró por la puerta de la ferretería, sabía perfectamente que aquel universo de tornillos, manguitos, puntas, cacerolas, arandelas, alambres y demás materiales propios del establecimiento, iban a convertirse en un mundo perfectamente ordenado, un cosmos mudo en perfecta alineación.
De todos los materiales, al que mejor trataba y el que mas problema daba al resto, era el cisco. La salvación del hombre esta en las pequeñas cosas, había comentado siempre.
-Sobre las doce, el teléfono suena como un trueno en la noche, rompiendo una monotonía asqueante y atrayendo las miradas de los presentes como si fuera una visita inesperada e inoportuna. A todos menos a Rolando. En su imaginación pasean dulces de leche frita, buñuelos, bollos de aceite.
¡Al teléfono tuercas¡. La familiaridad ajena lo empequeñece y sonroja . Más cuando pasa por delante de los ojos de Ángela y los siente encima. No le da tiempo a decir su nombre cuando reconoce la voz del subinspector García. Recuerda de inmediato, como un golpe seco. Deberíamos vernos lo mas pronto posible, hay ciertos aspectos que no nos encuadran demasiado bien en toda esta historia. Por cierto, tenemos indicios suficientes para creer que alguien está pendiente de usted, día y noche. Cuando consigue colgar el teléfono, dirige una mirada en abanico a todo su alrededor. Por primera vez en su vida toma sentido la palabra miedo y comienza a descifrar las señales invisibles que puedan emitir los clientes por si capta algún detalle que le de indicios de su vigilante. Faltan dos horas para la cita y el tiempo no corre. Acaricia despacio el aire recreándose en cada uno de los rincones hasta abandonar su vida, segundo a segundo. Instantes eternos, como los recuerdos de cuando se es niño.