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viernes, 28 de mayo de 2010

El secreto del hombre bala

Del verano, cuando me iba al pueblo y mis padres dejaban mi tutela a cargo de mis abuelos, lo que mas me gustaba era el circo. Pero no imaginen un circo de tres pistas, leones, tigres, trapecistas o innumerables payasos festivos, no. El circo que llegaba a mi pueblo lo constituían tres malabaristas, una pareja cómica, un oso viejo y cansado y el hombre bala.
Nos hacían reír, era barato, y al final de cada función, acabábamos todos los niños del pueblo en el centro de su única pista, bajo una lluvia de confeti fabricada con periódicos usados. Durante los quince días que permanecía en el descampado, el circo era la vida de toda la chiquillería. Ahí conocí a Miguel: el auténtico hombre bala, no las malas imitaciones televisivas, capaz de volar veinte metros y caer sobre una lona sin un rasguño. Miguel era de mi altura, aunque tenía 30 años más que yo. De cabeza casi cuadrada y piernas arqueadas. Durante ese verano fue mi mejor amigo.
Me escapaba en la siesta cuando mis abuelos descansaban, aunque creo que ellos sabían perfectamente que me iba a la explanada. A veces, miraba a Miguel duchar con una manguera al oso viejo del circo y acabamos todos mojados. Con la confianza y el roce, un día le pregunté a Miguel por que se hizo hombre bala. –Te confiaré un secreto- me dijo. Me enamoré de la mujer del domador en el mejor circo del mundo, el más grande que puedas imaginar. Había tantos animales, que teníamos a tres personas encargadas de su alimentación. Imagínate, una función diaria para miles de personas, viajes a las más importantes capitales del mundo, pero ay amigo, el amor llamó ami puerta. El domador conoció de buena tinta nuestra relación y nos dio dos opciones. O abandonar el circo o la vida, yo elegí seguir trotando por este mundo.
Redoble de tambores, Miguel vestido de Capitán América se introduce en un pequeño cañón algo mas grande que el, un señor de bigote y frac enciende una mecha y POOOM. Por mas que lo veía me seguía fascinado. En la malla, a veinte metros con su casco plateado saludando al público entregado, Miguel era el amo del mundo.
No volví a ver a Miguel, el circo de fue, ahora en el descampado hay un Carrefour, donde en su gasolinera cargo mi depósito y pienso en el secreto del hombre bala.
Prefiero creerlo, aunque se que es mentira. Supongo que la vida de Miguel, no fue nada fácil en unos años en donde ser enano no tenía muchas salidas.
Por eso, cuando llega el circo a la ciudad, como un niño mas, algo mas alto y de mas edad, estoy en primera fila, esperando al hombre bala, aunque de sobra se, que ya nadie hace por meter a nadie en ningún cañón.

martes, 25 de mayo de 2010

Perdí, perdiste: perdimos.

Fabriqué un mundo donde los días
amanecían disfrazados de payasos tristes.
Por favor: devuélveme mis horas.
Nadie dijo que tu vida,
Iba servida a cobro revertido.

martes, 18 de mayo de 2010

Corpus Christi.

Había figuras y sombras.
Y adoquines rebosantes de agua
que dejaban nuestros pantalones sucios
de salpicaduras y miradas
a las mascaras de alérgicos tristes.
Porque al entrar en Gran Vía
con esa gorra marrón e infinita de parasoles,
dejaste mis labios, a mis ojos rojos de polen maldito
perdidos entre zapatos nuevos,
junto a un helado de los italianos.
Y me quedé solo,
mirando al suelo y sus geranios rojos,
comiendo lágrimas
con chocolate negro.
Sonaban cohetes festivos
y los globos perdidos en el cielo
de colorido plateado
lo vieron desde lo alto y tu, ya no estabas.

martes, 11 de mayo de 2010

Fragmento de "Corazón de navaja"

Sabías perfectamente que mis padres no me dejaban jugar en la explanada de la casa encantada, aquella que con la edad y el tiempo se convirtió en el hogar de Eva, la delgada y pecosa novedad a la que declaraste amor eterno nada más verla.
La señora Luisa fisgaba por los bisillos, espiaba nuestra colección de rabos de lagartija en aquel bote de Nescafé –como lombrices, pero con más nervios-, miraba como saltábamos la verja de la parcela vecina, porque daba el sol todo el día y decías que arrojando agua a los huecos, podríamos ver salir corriendo a las lagartijas y con solo atraparlas soltaban el rabo. – Les sale otro, tranquilo- decías abriendo el bote, ampliando la colección. Doña Luisa siempre iba con el cuento a mi madre. Lo recuerdo bien, su cara seria y el silencio solo interrumpido por sus reproches y sus pocas ganas de tener que recibir a los vecinos solo por la mala conducta de su hijo y esa especie de delincuente que eras a sus ojos, aunque creo que no eran los únicos que pensaban de esa manera.....

lunes, 3 de mayo de 2010

De la vida de Ernesto Juárez (II)

Le gustaba aparecer por los clubs latinos, su pretendida solidaridad solo escondía una gran dosis de autoestima y ostentación grosera. Así fue ganando adeptos o amistades, no hay una gran diferencia, ampliando el círculo hasta conocer a los colombianos que cambiaron el curso de la historia, o de su historia.
Ya lo veíamos de tarde en tarde. A su sombra, siempre flanqueado por sus dos amigos, como si no pudieran pasar el uno sin los otros. Se comentaba que hacían de mula para él.
Incluso con el tiempo, se rumoreaba que uno de aquellos acompañantes acabó mal cuando se le reventó una bola de cocaína en el estómago. Pero la verdad y a fuerza de ser sinceros, no podría confirmar estas aseveraciones, los momentos que coincidíamos con Ernesto solo se limitaban a cuatro frases cortas y casi con desgana.
Yo me fui separando de esa vida, poco a poco, con naturalidad. No es que estuviera harto de no hacer nada, de buscarme la vida o sacarme un dinero con poco esfuerzo. Fue un proceso natural y sin complicaciones. Pero antes de eso, tuvimos que hacerle un favor, o así nos lo vendió. Un favor de tres mil euros por barba. Una locura vista desde ahora. Un último intento de exprimir nuestra amistad........