Lo veo estático pero receptivo. Y ahí comienza en una
armonía de subidas de tono, los susurros de una mujer en plena marea sexual. Yo
miro al hombre en pijama pero no parece percatarse. Me lo imagino ahí aún
después de doblar la esquina y pienso en los gritos y en la mujer. Llevo tres días con la misma mecánica y son
tres los días que llevo buscando a la mujer susurrante y no hay forma. Ayer me
crucé al hombre pero esta vez sin pijama.
Me parece aún más ridículo que antes.
Creo que los gritos provienen de la señora del segundo y no de la estudiante
rubia y altanera del 1 izquierda. Deberían prohibir los gritos de sexo mañanero,
sobre todo los ajenos. Ahora comienzo a entender al señor del pijama. Tampoco
soportaría los gritos de nadie, sobre todo si son los de tu mujer.
5 comentarios:
Corto y divertido. Me gusto muchos. Saludos
El estar rodeado de tanta gente diferente de uno mismo, es una lucha diaria que hay que intentar soportar, es el precio por vivir en sociedad.
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Emilia
SALUDOS CORDIALES..
Ja, pobre hombre, qué pusilánime.
Los gritos de sexo nunca deberían prohibirse. Al contrario, ¿no?
Un saludo
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