Cuando Rolando regresa a la ferretería ignora las preguntas y sobre todo, la mirada de Ángela. Se siente mal, amargo, en el estomago siente la procesión de cientos de hormigas. Puede distinguir como algunas caminan en circulo, siente las pisadas de las mas fuertes intercaladas con golpes de angustia. Necesita rebobinar su infancia, reconstruir su vida desde el punto exacto en que bifurcaron la suya y la de su hermano. Preguntas, necesita hacer demasiadas preguntas y no esta seguro de encontrar las suficientes respuestas. Necesita asimilar el vacío que siente. Vuelve a casa cansado y sombrío. Aunque el no lo sabe, mañana será unos de los días mas duros de su vida, caprichosa sin duda.
Siente la ducha fría sobre su cuerpo. Desde que recaló en este piso propiedad de la delegación de gobierno, es el único momento que tiene para sí mismo. Mira su cara en el espejo con la barba crecida del día y puede observar las marcas, los desgarros, las arrugas, la felicidad robada, la amarga sensación de sentir el olvido ajeno en su rostro. Como cada noche, después de aquella primera vez que no tuvo el valor de decir una palabra, toma el teléfono y marca el número de Alicia. Puede oír los tonos, uno, dos, tres, cuatro, el descolgar, y aunque no digan ni una sola palabra puede notar su presencia, le gustaría decirle tantas cosas y sin embargo se muestra mudo, impotente. Como cada noche, otra vez se llenaron de aire sus palabras y no emitieron sonido. Así una tras otra. Una liturgia triste, que no exime del dolor y que araña como cuchillos helados.
Enciende un cigarro y retira los visillos con dos dedos. Si, ahí están y puede distinguirlos. Desde hace dos días los tiene bajo su ventana. Ni siquiera sirvió una llamada a un compañero capitalino: no tenia ni idea. Le resulta demasiado incluso para un caso de asesinato y estraperlo. Toma su arma y la coloca bajo la parte de atrás del pantalón. Sale por la puerta de atrás del edificio. A ambos lados de la calle todo es silencio. Nadie.
Se dirige despacio apoyándose en cuclillas en los coches. Saca su arma y encañona al frente con sus brazos rectos, como quien decide disparar al futuro. Los puede ver, tipos normales, de mediana edad, mirando su ventana encendida y fumando cigarros sin filtro. Ahora siente el miedo en su estomago y no sabe realmente como actuar, años de academia demasiados lejanos. Siente su corazón en la garganta y las pulsaciones se aceleran, se siente fatigado pero no hay vuelta atrás. Está tres coches mas atrás y su espalda reposa en un 850. Un factor a favor, la sorpresa. Avanza despacio e intenta ponerse erguido. La sensación de ser descubierto le supera. Recuerda otros tiempos en la capital cuando para detener a un par de tipos duros no necesitaba ni tan siquiera mostrar el arma. Se percata en ese instante. Otro caso que le cambiara la vida, nunca la cambian para mal. Hasta aquí Leopoldo, se dice. Toma aire y se levanta. Intenta avanzar pero alguien se lo impide. Forcejea hasta que le tapan la boca con una mano seca y áspera. Mientras cae de espaldas lentamente puede mirar sus ojos y reconocer sus gestos. Hernández le guiña uno, mientras le pide silencio con un dedo en los labios.
5 comentarios:
EXCELENTE...TIENES EL DON DE HACER VIVIR A LAS PERSONAS TUS RELATOS... ES QUE HASTA ROSTRO TIENEN LOS PROTAGONISTAS... QUE BUENO QUE ERES!
BESITOS.
EN MI BLOG HAY UN PREMIO PARA TI.
Muy bueno!!!!!!! Coincido en todo con quien me precede en los comentario... tienes un don!!
Besos
muy buen relato antonio , seguiré pasandome a leerte . saludos ( ana )
ho! casi podia ver todo lo que has escrito.. muy grafico y emocionante, me imaginé los colores en sepia o azules gastados y humedos.
te sigo !!!
Hola Antonio!
Tengo mucho sin saber de ti. Bueno, tenía mucho sin pasearme por la bloggosfera con unas cuantas cositas agitadas por estos lados, pero me alegra ver que has seguido tu maravillosa línea literaria. Enhorabuena autor!
Date un pasadita por mi blog, aunque he subido pocas cosas nuevas.
Abrazos, y nos seguimos leyendo.
K.
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