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domingo, 25 de julio de 2010

Visitas inoportunas

Cuando Pedro abrió la puerta de casa nunca pudo imaginar encontrarse con aquella imagen tan lamentable. Al encender la luz del recibidor, le sorprendió que todos los cajones de la cómoda estuvieran abiertos. Que todos los armarios, todos los muebles, todas las estancias, incluso la alacena, estuvieran de patas arriba.
Hablaba con el sargento de la guardia civil, intentado enumerar los efectos sustraídos, aunque no estaba bien seguro de todo lo que faltaba. Lo primero que hizo al llegar al dormitorio fue observar la caja de caudales cerrada tras un réplica- bastante mala por cierto, pensó el benemérito-, de Las Meninas de Velázquez. Al abrirla, su cara delataba la desesperación de la perdida.
El sargento le sugirió que hiciera memoria. Joyas, dinero, la descripción de cualquier objeto,-cuanto antes sepamos que buscar, antes sabremos por donde-.
Cincuenta minutos de una pormenorizada enumeración de objetos de valor, joyas y dinero en efectivo. A nuestro sargento solo le quedaba una última pregunta.
¿Algo más de valor que crea que haya sido sustraído?
Bueno, si he de ser sincero, mi mujer.
¿Su mujer? Preguntó atónito el sargento.
Sí, me abandonó hace más de cinco años y si ustedes pudieran darme alguna pista, se lo agradecería. -¿Y por que ahora y no antes? Le espetó el representante de la ley.
Simple, es una de las dos personas que conocían la combinación de la caja fuerte.

martes, 20 de julio de 2010

Cero infinito II

Las 10:30 y en la cafetería de la facultad no hay ni una pista sobre el paradero de Ángel.

Carreras de jóvenes de primero, tertulias de avezados expertos en el desarrollo universitario fumando tabaco negro, seudomodernos con aire de escritores proscritos, bedeles dando la nota y algún que otro profesor con ínfulas de seductor. Un jungla variopinta de los habitantes de esta nuestra querida facultad. Pero Ángel no aparece, ni tampoco aparecen mis apuntes que tan relajadamente me ofrecí a prestar. Pasa media hora de la acordada y me hago a la idea de la pérdida de mi propiedad. Aprovecho que el inicio de las clases despeja la concurrida barra para pedirme una menta poleo. Pago y me dirijo a una mesa junto a la puerta, de espaldas, la presencia de Ángel es solo un espejismo.
Debe dar comienzo una de esas clases magistrales o puede que sea víspera de un puente tan esperado que las carreras y gritos anteriores dejan paso a un silencio agradecido y reservado a lugares de buena conducta y corrección.
Si tuviera que elegir mi zona preferida de la facultad, contra la opinión de muchos, nunca sería la cafetería. No soporto las mesas repletas de vasos impregnados en café, las colillas amontonadas en ceniceros huérfanos de limpieza y a los camareros con lamparones de infelicidad temprana......

miércoles, 14 de julio de 2010

María

María tiene novio nuevo. Si. Del otro lado del charco dice. Lo conoció en un foro sobre colección de mariposas. Lo que la enamoró perdidamente de Juancho- así se llama su novio- es que solo le interesaran las mariposas con las alas rotas. Vio en ese instante una metáfora de su vida. Una metáfora perfecta. María siempre se sintió tan vulnerable, que al fin encontró o creyó encontrar quién curara las heridas de su corazón marchito.
Con el cambio horario, ocho horas me cuenta, casi no duerme para poder hablarle por su Messenger, mi autopista del amor me cuenta: a mi me suena cursi, tanto como Bisbal vestido de mosquetero. Por lo visto María desconoce su rostro, sus manos, su sonrisa; ni una mísera foto que identifique al hombre de su vida.
Una tarde cuando fui a buscar a Pedro que siempre tarda más de la cuenta, me contó en la salita que tiene pensado ir a conocerlo. Tiene casi esos billetes de avión a ninguna parte. Todo esta listo me dice. Salgo con Pedro y bajando en el ascensor le comento: ¿a tu abuela le ha dado fuerte con el de las mariposas eh? Dímelo a mí: me responde resoplando. Tengo la duda de insistir con el tema u olvidarlo. Realmente no se, si a Pedro le molesta que hablemos de las historias de su abuela. Se coloca la pajarita mirándose en el espejo del ascensor y cuando se abren las puertas me responde casi con vergüenza: lo peor fue aquella vez con la webcam. Miedo me da. No me atrevo ni a mover un músculo.

jueves, 8 de julio de 2010

konichiwa

Las avispas merodean los charcos exiguos de la calle
y las paredes comienzan a sonar dilatadas.
En esa parada del 23
que mantiene un banco de madera gastada,
hay un kani porculero
tocando una rumbita graciosa,
que a mi me parece un bombardeo hortera
de tópicos, que a una rubia guiri
le hace mover los pies con la gracia de un ganso.
Y ahí se alza una voz lejana,
y un coro de pedantes arremete a saco
con el estribillo fantasma, y la raja de tu falda
acuchilla mi costado, y resoplo a 38 grados.
Un perroflauta me pide 50 céntimos
e intento sortear la meada de su perro, grande, negro
que busca una sombra,
y solo encuentra una papelera que olisquea
casi suplicando.
Ahí llega, mi salvador, mi bus.
Mi conductor preferido mira al kani, al perro meón,
al perroflauta, a cinco pijos moraos cantando.
Me mira y no lo duda- tiene cojones me dice-
Encojo los hombros y me siento junto a una japonesa.
Me sonríe, la sonrio, En unos segundos
la imagino en poses impúdicas, feliz, gozosa,
susurrando un japonés lascivo a mi oído.
Despierto del sueño oriental en mitad de Gran Vía.
Al bajarme del bus le digo adiós a la nipona con la mano,
y al pisar la acera, una gitana de romero en mano
me da la bienvenida.
Me gusta el invierno me digo.
Me acuerdo de la nieve golpeando mi ventana.
Hola dijiste, mi tardanza de cinco minutos
te provoca cierta seriedad. ¿Te gusta el verano?
Y no se que respondiste,
Hubo un mar de gritos que apagaron tu voz,
Miré tu perfil,
y en un segundo, pensé que no estría mal
que hablaras japonés.

lunes, 5 de julio de 2010

Cero infinito (I)

Me gusta cruzar el río por el viejo puente. Esa frontera natural que marca nuestra procedencia con un orgullo vacío e insípido. Me gusta caminar por el barrio ahora repleto de kebaps, tiendas chinas, carnicerías senegalesas, peluquerías musulmanas. Parece como si las nuevas generaciones tuvieran el color de piel inimaginable en años anteriores en este barrio obsoleto, teñido de rojiblanco los días de partido.
Vivo en la misma casa que mis padres habitaron desde los años sesenta y que tuvieron que abandonar por la edad, acrecentada por la falta de ascensor que dificultaba las salidas y llegadas hasta la cuarta planta. Ahora viven en un apartamento del centro. Hicimos el viaje a la inversa, yo volví al barrio y ellos disfrutan del centro, donde a veces pienso que no debí salir nunca.
Del barrio siempre me sorprende la falta de sombra. Las nuevas partes nobles parece que disfrutan de un mísero parque, donde abuelos y corredores mañaneros, disfrutan de los apenas dos mil metros cuadrados de arboleda dispar...............